CAPÍTULO 2: EL ENCUENTRO

Subieron al auto y sortearon, como siempre, quién pondría música durante los 45 minutos de camino a casa. Para mala suerte de Karlen, una vez más perdía ante su hija, quien llevaba una racha de 4 a 1.

—Bien, hija, ¿cómo estuvo tu día? ¿No te topaste con “el zopenco” de casualidad?

“El zopenco” era el exnovio de Haline, llamado Valack, quien la había traicionado con su propia amiga hace unos meses. Haline, si bien sufrió mucho esa traición, ya lo había superado, pues el tiempo es sabio y sanador.

—No, ni me interesa verlo. Tengo cosas más importantes de las que preocuparme la verdad —respondió Haline.

—Qué bien, hija, así se habla.

Habían pasado unos 15 minutos del trayecto cuando, casi al final del camino interior que conectaba con la calle principal, vieron una luz sobre el suelo.

—¿Será un auto averiado? —preguntó Haline, aunque le llamaba la atención el tono de la luz, de color celeste casi blanco.

Se acercaron lentamente y vieron que la luz provenía de algo en el suelo.

—Espérame acá, no te bajes —dijo Karlen mientras estacionaba el auto.

Haline sentía curiosidad, pero también un miedo creciente sobre lo que podría ser esa luz. Desde el coche, su mente corría con preguntas y una sensación extraña la invadía. ¿Qué era esa luz? ¿Por qué le daba una sensación de intranquilidad y misterio a la vez? Karlen se acercó lentamente y vio que, dentro de la luz, había alguien, de forma humana, sentado y mirando al infinito. Lo invadió el miedo al principio, pero esa luz, de alguna manera, lo tranquilizaba, dándole una calma que no podía explicar. En la espalda del ser, dos grandes heridas recientes recorrían de arriba abajo, como si le hubieran arrancado algo.

Karlen, estupefacto, pensó dentro de sí:

—Debo estar loco o soñando… —se golpeó el estómago ligeramente para asegurarse de que no estaba soñando.

Ya más cerca, se atrevió a preguntar:

—¿Estás bien? ¿Necesitas ayuda?

Solo hubo silencio.

—Si necesitas ayuda, puedo dártela… —continuó Karlen.

Haline observaba desde el auto cómo su padre intentaba hablar con esa “persona”, pero su impaciencia y la curiosidad vencieron. Decidió bajar del auto.

—Haline, te dije que me esperaras en el auto —dijo un serio Karlen.

—Papá, no puedo seguir esperando… —se interrumpió Haline—. Está sangrando, papá, mira su espalda… ¡Y no tiene ropa! ¿Quizás lo asaltaron? —dijo, preocupada—. ¿Estás bien, amigo? —preguntó Haline, acercándose.

El ser de luz permaneció inmóvil y sin hablar, a pesar de los intentos de Karlen y Haline. Por primera vez, Karlen intentó tocarlo en el hombro.

—No me toques… —habló por primera vez el ser de luz, con voz suave pero autoritaria.

—¿Ves? Puedes hablar. Ven con nosotros, yo puedo ayudarte —dijo Karlen, sonriendo con tranquilidad.

—¿Y cómo me vas a ayudar? Nadie puede ayudarme.

—Yo sí puedo, te lo aseguro —dijo un confiado Karlen.

—Nadie puede ayudarme. No sabes quién soy —dijo el ser de luz.

—Efectivamente, no sé quién eres, pero sí lo que eres. Por eso puedo ayudarte —prosiguió Karlen, ahora más firme.

Haline observaba a la distancia, sorprendida por la calma con la que su padre manejaba la situación. Había algo admirable en cómo parecía saber qué hacer, como si hubiera esperado este momento toda su vida. Esa serenidad y su facilidad para enfrentar lo desconocido siempre habían sido una de las cosas que más admiraba de él.

—¿Ah, sí? ¿Y qué soy entonces? —preguntó el ser de luz, con una mezcla de escepticismo y curiosidad.

—Un ángel, por supuesto —dijo Karlen con una sonrisa tranquila.

El ser de luz se sorprendió con esta afirmación. De alguna manera, sentía que podía confiar en Karlen, que este humano transmitía una calma que hacía tiempo no experimentaba. En efecto, era un ángel, pero ya no tenía alas. Estas le habían sido arrancadas, y las heridas en su espalda eran prueba de ello.

—¿Te duele? —preguntó Haline, acercándose un poco más.

Haline había estado observando a la distancia, y aunque el ángel era de apariencia masculina, no pudo evitar notar lo bien formado que estaba. De aspecto juvenil, parecía un poco mayor que ella.

—Mi dolor no es físico… —respondió el ángel, su voz resonando con una tristeza profunda.

Karlen había esperado gran parte de su vida un momento como este y no permitiría que algo lo arruinara. Estaba decidido a ayudar a este ser, pasara lo que pasara.

—Ven, hijo, déjame ayudarte. Confía en mí —insistía Karlen, ofreciendo su mano.

El ángel, cada vez más tranquilo, aunque aún desconfiado, se puso de pie y miró a Karlen y Haline por primera vez.

Haline lo observó por completo. A primera vista, se veía muy varonil. Bajó la mirada involuntariamente hasta…

—Oye, sí que estás bien dotado, amigo —dijo Karlen, con un toque de humor mientras miraba a Haline, quien rápidamente desvió la mirada, ruborizándose.

—¡Papá, cómo dices eso! —respondió Haline, tapándose la cara para ocultar la vergüenza, aunque ella había pensado lo mismo.

El ángel no entendía del todo, pero sentía tranquilidad al estar cerca de ellos.

—Vamos, hijo, confía en mí. Te llevaremos a casa, y allí podremos hablar con más calma —dijo Karlen, con una sonrisa amable.

—Bueno… —respondió el ángel después de unos segundos de duda.

—Eso sí, tienes que cubrirte. No puedes andar desnudo por ahí —dijo Karlen, ofreciéndole una manta.

—¿Desnudo? —preguntó el ángel, sin entender a qué se refería.

Los ángeles, como seres celestiales, no comprendían los conceptos terrenales de la misma forma que los humanos. Karlen sabía por sus investigaciones que, cuando los ángeles se encontraban entre humanos, asumían formas corporales para pasar desapercibidos. Sin embargo, en la noche irradiaban una luz o aura celeste que los delataba. Sus formas corpóreas eran temporales mientras estaban en la Tierra, pero cuando regresaban al cielo, eran despojados de estas.

Karlen le pasó la manta para cubrirse, y el ángel, ahora más tranquilo, los siguió hasta el auto. Subieron los tres y el silencio reinó por unos minutos, hasta que Karlen rompió el hielo nuevamente.

—Aunque ya te dije mi nombre, soy Karlen, y ella es mi hija Haline. ¿Cómo te llamas tú? ¿Eres Gabriel, Rafael, Uriel…?

—¿Cómo sabes esos nombres? —interrumpió sorprendido el ángel.

—Mi papá te dijo que podía ayudarte… —dijo Haline.

El ángel permaneció en silencio unos segundos.

—Raziel… —dijo el ángel finalmente.

—Así que eres el gran Raziel, el “Guardián de los secretos” —dijo Karlen, con una sonrisa de satisfacción.

—¿Pero cómo es que sabes todo eso…? —preguntó nuevamente Raziel, aún más sorprendido.

El resto del camino a casa, Karlen le contó sobre sus investigaciones y cuánto sabía sobre los ángeles. Raziel, cada vez más sorprendido, escuchaba atentamente a ese humano que parecía conocer tanto sobre él.

—No sabía que existían humanos que conociesen tanto sobre los ángeles —dijo Raziel.

—Mi padre es la persona que más sabe sobre ángeles en todo el mundo, solo para que lo sepas —complementó Haline, orgullosa.

—Ya lo veo… —replicó Raziel—. Sin embargo, ya no soy un ángel… Esta afirmación dejó en shock tanto a Karlen como a Haline.

 

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