Era un día lluvioso y frío, como la mayoría de los días de ese invierno. Haline esperaba a su padre en el estacionamiento de la Facultad de Teología mientras este terminaba su largo día de clases, planificaciones y, finalmente, el Concejo Docente de los últimos viernes de cada mes.
Su padre, conocido como el doctor Karlen, era un respetado investigador en Teología, Filosofía y Metafísica. Su amplia experiencia en investigaciones y ensayos lo había llevado, hace más de 20 años, a ser profesor titular de la Universidad Nacional. El doctor Karlen llevaba más de 25 años investigando dentro de la rama de la Teología temas como la naturaleza del Creador, la relación entre los humanos y lo divino, el porqué y el cómo de la creación del mundo, la vida después de la muerte, entre otros asuntos. Su principal proyecto, el cual no había concluido, giraba en torno a la existencia de los Ángeles y cómo estos seres celestiales habían estado entre los humanos sin que ellos lo supieran. Para muchos, los Ángeles no eran más que mitos, pero Karlen creía firmemente en su existencia y dedicaba su vida a recolectar pistas, evidencias y sucesos que sustentaran esta idea.
Las principales fuentes de su investigación provenían de antiguos libros dispersos por todo el mundo, escritos por viajeros que narraban poemas, canciones e historias fantásticas. Estos personajes, conocidos como “Bardos”, recopilaban relatos extraordinarios, algunos de los cuales mencionaban la existencia de seres celestiales. Karlen había encontrado en estos relatos una conexión fascinante con los Ángeles y cómo, desde tiempos ancestrales, habrían vivido entre los mortales. Esta investigación lo apasionaba profundamente, y su objetivo era completar los últimos tres tomos de una serie de diez libros dedicados a esta temática.
Dentro del Concejo Académico, que se reunía los últimos viernes de cada mes, también se encontraba el doctor Friebal, otro investigador, aunque en campos distintos. Si bien no eran amigos, Karlen y Friebal sentían respeto mutuo por sus respectivos trabajos. Friebal, aunque no grosero, era más frío, incluso apático, y en ocasiones despectivo hacia las creencias de Karlen sobre los Ángeles, a las que llamaba “tonterías”. Karlen, por su parte, se lo tomaba con humor, sin dejarse afectar por los comentarios de su colega.
Mientras tanto, Haline seguía esperando en el estacionamiento. Aunque podría haberse ido a casa sola, no quería enfrentarse al frío, a la soledad, y prefería la compañía de su padre. Desde la muerte de su madre, cuando ella tenía solo 5 años, Haline y Karlen vivían solos. Antes de que ella muriera, le prometió que seguiría su camino y estudiaría Enfermería para honrar su memoria. A pesar de sus estudios, Haline sentía un vacío emocional, algo que hacía más llevadero compartiendo momentos con su padre.
Una impaciente Haline, a pesar de la lluvia, salió del auto con su chaqueta impermeable, encendió un cigarrillo y tomó los últimos sorbos de su café. Mientras esperaba, sus pensamientos vagaban entre los recuerdos de su madre y las charlas que solía tener con Karlen en el camino a casa. Sin embargo, ese día, algo distinto llamó su atención. Miraba la entrada de la facultad cuando escuchó un ruido extraño, como una ráfaga distante. Instintivamente, levantó la vista hacia el cielo y vio, a lo lejos, un destello de luz que iluminó momentáneamente las nubes y luego cayó al suelo, desapareciendo rápidamente.
—Por fin terminaron… —pensó Haline al ver que se apagaban las luces de la sala del Concejo en el segundo piso.
Su padre venía a lo lejos con los otros ocho miembros del Concejo, y cada uno se dirigía a su respectivo automóvil. Haline, inquieta, seguía pensando en el destello que acababa de ver. Aunque no era un fenómeno común, algo en su interior le decía que no había sido solo un trueno o relámpago.
—Ya estás fumando, hija —dijo Karlen, quien se había acercado a ella.
—Pero si te demoras tanto, papá. Tengo que hacer algo para no aburrirme mientras te espero. Además, es mi primer cigarro del día, aunque no lo creas.
—Es verdad, no te creo… —respondió Karlen, sonriendo mientras la abrazaba y besaba en la mejilla.
—A propósito, papá, ¿sentiste ese ruido y viste esa luz que venía de allá? —preguntó Haline, señalando hacia el lugar donde había visto el destello.
—El sonido de un trueno y la luz de un relámpago, te los presento… —dijo Karlen en tono irónico, esbozando una sonrisa.
Pero Haline sabía que no había sido un trueno ni un relámpago. Había algo más en aquella luz, algo que la inquietaba profundamente. El presentimiento que había sentido se intensificaba, como si el destello en el cielo fuera un presagio de algo inminente. Y vaya que tendría razón.