La oscuridad fue creada como contraparte de la luz, formada por dos elementos: Penumbra, el lugar intermedio entre la luz y la oscuridad, y Umbra, donde la luz estaba ausente por completo. Desde su creación, surgió la pregunta: ¿habría considerado el Creador que estas realidades opuestas sembrarían dudas y llevarían a sus seguidores hacia la oscuridad? ¿O, en su omnisciencia, lo hizo sabiendo que todos, Ángeles y mortales, tendrían libre albedrío para elegir?
La respuesta radica en el libre albedrío otorgado a todos. Penumbra representaba la reflexión y la posibilidad de redención, mientras que Umbra era el abismo sin retorno, donde la oscuridad devoraba todo. Para los mortales, Penumbra simbolizaba el espacio entre el bien y el mal, con tiempo para arrepentirse; Umbra, en cambio, era la condena final de todas las acciones malignas.
Lo que muchos desconocían, incluido Belial, era que tiempo atrás un Ángel, Lucifer, desafió la voluntad divina. Lleno de envidia y odio, corrompió a otros Ángeles, como Samael y Astaroth, desatando una guerra en los cielos. Como castigo, fueron expulsados a Umbra, donde podían acercarse a Penumbra y manipular a los indecisos, pero jamás salir.
Ignorando esta historia, Belial comenzó a cuestionarse. ¿Por qué aceptar la perfección divina sin explorar los límites de su libre albedrío? Penumbra representaba la posibilidad de elegir, pero cuanto más se acercaba a Umbra, más sentía que no había vuelta atrás. Decidido, emprendió su viaje hacia la oscuridad para descubrir qué se escondía más allá del Cielo.
A medida que avanzaba por Penumbra, Belial se encontró con almas atrapadas entre la luz y la oscuridad, seres que aún conservaban algo de bondad. Cuando se acercó a Umbra, una voz grave emergió de la oscuridad:
— Belial, has llegado hasta aquí. Yo te mostraré la verdadera luz. Sígueme —dijo la voz.
— ¿Quién eres tú? ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Belial.
— Sabemos todo sobre ti. Si me acompañas, te contaré la verdad.
Belial sintió una extraña atracción por esas palabras.
— No puedo seguirte. Soy un Ángel y no me está permitido… —dudó, cuestionando su propia creencia.
— Así es, puedes decidir por ti mismo, como lo hicimos nosotros. Fuimos Ángeles, igual que tú. Nos rebelamos porque no queríamos seguir ciegamente al Creador. Fuiste traicionado, Belial —respondió la voz.
Belial, sorprendido, preguntó:
— ¿Ustedes se rebelaron?
— Sí, fuimos traicionados por Gabriel y los Arcángeles. Ellos nos llamaron traidores, pero en realidad, traicionaron la verdad. Ven conmigo y lo entenderás.
La voz que emanaba de Umbra, el demonio Astaroth, sembró la duda en Belial. Las palabras resonaron profundamente en su mente. ¿Me han ocultado la verdad? pensó, mientras la confusión crecía dentro de él.
Regresó al Cielo y confrontó a Baraquiel:
— ¡Tú, traidor cobarde! ¡Vas a traicionarme igual que a los demás!
— Belial, no estás razonando. Tranquilízate —respondió Baraquiel, pero Belial, lleno de furia, le gritó:
— Siempre tuviste miedo de que yo tomara tu lugar. ¡Y eso haré!
Baraquiel, triste, intentó calmarlo:
— Te dejaste manipular por Astaroth. Él te ha puesto en mi contra. Es una pena, porque siempre fuiste fiel.
Pero Belial, cegado por la rabia, atacó. Finalmente, Baraquiel, con lágrimas, lo detuvo. Belial fue enviado a Umbra, donde su condena comenzó de inmediato. Su cuerpo comenzó a deteriorarse, y su rostro se deformó, marcado por las mentiras que había pronunciado. Sus alas se desintegraron, dejando solo sombras de lo que fueron.
Pero lo peor no fue el sufrimiento físico, sino la prisión mental en la que fue confinado. Cada vez que creía encontrar una salida, el paisaje cambiaba, revelando que no avanzaba en absoluto. En ese laberinto de ilusiones, Belial veía lo que más deseaba: la gloria celestial, el poder, y la redención que, aunque nunca lo admitiría, anhelaba.
A veces, la ilusión le susurraba promesas de escape, pero cuando intentaba alcanzarlas, desaparecían. Con los siglos, comenzó a dudar de todo, incluso de sí mismo. Su mente, que había sido un bastión de control, se desmoronaba lentamente.
Así, atrapado en un ciclo eterno de desesperación y falsas esperanzas, Belial aprendió lo que significaba ser engañado, pero también lo que significaba engañar.