PRÓLOGO 1: EL CIELO Y LOS ÁNGELES

Desde tiempos inmemoriales, antes de la creación del mundo, el Creador dio forma a la existencia con la luz. Con ella, nació el Cielo, un reino de perfección desde donde regiría su obra. Pero, al traer la luz, también permitió la existencia de la oscuridad.

En el Cielo habitaban los Ángeles, seres creados para servirle en distintos propósitos. Su número era un misterio, pues muchos cumplían misiones sin saber siquiera que eran Ángeles. Con la creación del mundo mortal, sus tareas se multiplicaron.

Entre ellos, siete Arcángeles lideraban la vastedad del Cielo: Miguel, protector de la fe; Gabriel, mensajero divino; Rafael, sanador; Uriel, guardián de la sabiduría; Azrael, guía de las almas; Raguel, defensor de la justicia; y Baraquiel, líder de los Ángeles Guardianes. Bajo su mando, los Ángeles ejecutaban la voluntad del Creador sin cuestionarla.

Sin embargo, no todos aceptaban esta perfección sin dudas. Algunos empezaron a preguntarse sobre la naturaleza del bien y el mal, sobre la razón de su existencia.

Uno de ellos, Belial, era un protector leal y perspicaz, discípulo de Baraquiel. Durante siglos cumplió cada misión con precisión, pero una inquietud crecía en su interior. ¿Por qué existía la oscuridad? ¿Por qué los Ángeles y los mortales tenían libre albedrío si su destino era obedecer?

Un día, en una conversación con Baraquiel, dejó escapar su inquietud.

—Es la voluntad del Creador. No nos corresponde cuestionarla —sentenció Baraquiel.

—Tienes razón, perdóname —respondió Belial, aunque en su interior supo que jamás volvería a creer esas palabras.

Desde entonces, la duda se convirtió en una obsesión. ¿Eran realmente los Arcángeles portavoces de la voluntad divina o habían tomado el control por sí mismos? Si la oscuridad siempre había existido junto a la luz, ¿no significaba eso que tenía un propósito?

Impulsado por su necesidad de respuestas, Belial decidió explorar lo que otros temían: la oscuridad. Mientras descendía hacia el vacío, sintió la atracción de la oscuridad envolviéndolo, susurrándole promesas ocultas. Y en lo más profundo, percibió algo. Algo que lo esperaba. Algo que lo llamaba.

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